Los vecinos

martes, 29 de enero de 2013

Aquel león

Antes me dolía el pecho de navegar por mares embravecidos y dejarme romper por las olas, todas distintas, tantos puertos; ahora me duele de permanecer en la orilla, mecido suavemente por unas aguas casi estancadas, esperando. Fui león y ahora me siento pequeño, no hay horizonte hacia donde miro.
Y aquella sirena que me canta dulce, pero en un idioma demasiado lejano para entenderlo, que me ofrece gracias pero no sus besos, que me crece en el alma y me atrapa cada día sin saber si soy yo su nuevo rey, su sueño o sólo el espejo donde retocar sus cejas y contemplarse las mejillas sonrosadas, esa sirena es la que aquieta todas las aguas, la que me hace desear rasgar la madera y andar, paso firme, alaridos de asombro a mi paso, hacia su rincón. 
Sólo mecerme, eso quiero, sólo mecerme en sus brazos, probar sus labios, escuchar el latido de su corazón, pasar mis garras temblorosas de cachorro asustado sobre su rostro...verme en sus ojos, eso quiero, encontrarme en sus ojos.

sábado, 26 de enero de 2013

Compartir, partir

El escritor decadente se negaba a usar ordenador. Necesita escuchar el latido de las teclas para inspirarse, no sabía escribir de corrido sin apartar las manos del teclado cada nueva línea, como tenía que hacer con su vieja máquina. Ese tener que pasar de línea manualmente le otorgaba la energía suficiente como para que las ideas no se quedaran estancadas. Era como una gimnasia, cada movimiento tenía su función para reactivar al resto del cuerpo. Manías...

Aquella mañana se quedó quieto ante el folio en blanco y su máquina. Quería trasladar la conversación que había mantenido la tarde anterior con sus dos amigas de la infancia ante aquella taza de té con leche y los deliciosos bombones de chocolate con chili picante que Aurora, la amiga más artista, siempre les traía. Rememoró la secuencia concreta que le interesaba transmitir:

Beatriz: Estoy molida, cariños, vaya día! Me pasé el día pateándome Madrid para encontrar aquellos Manolos de piel de murciélago indonesio que vi en la fiesta del jueves. Me han costado un pastón pero aquí los tengo, estoy feliz!!
Aurora: No sé cómo puedes ser tan materialista! -se conocían desde hacía 40 años. Nada de lo que se dijeran podría terminar en ofensa. Beatriz sonrió.
Escritor Decadente: ¿Y tú, Aurora, qué has hecho esta mañana?
A.: Estuve caminando por el Retiro y fotografiando hojas secas y rosas. ¿No viste el e-mail que te mandé? Te adjunté las fotos. Qué belleza...
E.D.: Ah, no, ese invento del demonio, no los abrí...
A.: ¿No miras lo que te envío? Claro, por eso nunca me respondes. Y yo que quiero compartir contigo la belleza que veo...
B.: Y yo que quiero compartir con vosotros la belleza que compro, mira tú! 

El escritor decadente quería reinventar esa imagen que le bullía en la cabeza de una manera original. Entendió durante aquella conversación cómo el deseo generoso de compartir puede interpretarse como las ganas de presumir o de evidenciarle a otro sus carencias, cómo es el receptor el único que le otorga un valor a ese acto concreto según su sistema de creencias, carencias y valores. 
La historia empezó a hormiguearle en los dedos: empezaría con la visión de un ojo verde-miel mirando hacia una ventana abierta con los rayos de sol incidiendo sobre la cara. Los edificios de enfrente se reflejarían en el ojo, como en un estanque plácido. La dueña de esos ojos sería una mujer que estaría padeciendo la decepción de que sus gestos de generosidad hubieran sido malinterpretados y, por ello, rechazada e incluso envidiada. La dueña de esos ojos barajaría la posibilidad de partir, en lugar de compartir. Pero también entendería que nada de lo que hiciera podía influir sobre la mirada del otro. Lo único que debía hacer, era no sentirse decepcionada ni afectada por ese resultado. Su compartir era generoso y el resultado de eso se mantenía ajeno a su voluntad.

El escritor decadente empezó a teclear frenético. Usaba muchos adjetivos encadenados, le gustaba coser sinónimos a sus expresiones, ser contundente en sus puntos y a parte, inventarse metáforas originales que a menudo terminaban siendo crípticas y pedantes. Sin embargo, aquella energía creadora era imposible de frenar...Oh, la mujer de ojos verde-miel, qué disyuntiva entre el compartir y el partir...Plash! terminó el folio y lo sacó de la máquina. De pronto se dio cuenta que se había terminado la tinta. Había estado tecleando en secano, las palabras se habían gravado como un relieve que sólo podía apreciarse a contraluz. Le pareció una señal...en realidad qué importaba, ¿compartir o partir? no era una buena historia...Y partió de la habitación para hacer otra cosa.

miércoles, 23 de enero de 2013

Ya no sé sonreir

"Ya no sé sonreír" decía el cartel que había hologramado en el tablón de anuncios del ICO (Instituto Conductual del Orden). Ni siquiera se había molestado en adjuntar su código personal -estaba tan perdida- sólo los números del IP de su dispositivo córneo. Fue un milagro que alguien contactara con ella, a penas podía creerlo.
- Contactando con FPF1974, hemos recibido su holograma. Explíquenos su incidencia, por favor.
- Ya no sé sonreír -se limitó a repetir sin ganas.
- ¿Motivo?
- Olvidé el código
- ¿Motivo?
- Hacía demasiado tiempo que no lo usaba.
- ¿Motivo?
- Me cansa tener que estar siempre tecleando códigos para experimentar emociones. Alguien me contó que antes no era necesario. Se reía, se lloraba, se sentía miedo, ira, frustración, envidia, gozo, amor...simplemente al recibir un impulso externo de otro ser -se lanzó a hablar, incontinente, sin recordar que lo estaba haciendo con una máquina-, era una chispa, sí, incontrolable, pero tan hermosa creo...Tengo un lío de códigos en mi cabeza que no encuentro el adecuado. Me equivoqué tres veces esta mañana, quería reír y terminé primero zozobrando en un mar de dudas, después teniendo un orgasmo, finalmente llorando sin parar y yo, yo sólo quiero sonreír un rato, sentir como los labios se estiran hacia arriba, cruzan mi rostro, se expanden, abren mi boca, dejan que el aire entre y me invada, quiero achinar los ojos y sentir cosquillas en la barriga, respirar hondo, sentir placidez...
- ¿Motivo? -repitió la máquina.
- Necesito sentir.
- Muy bien, procesando su petición, espere unos minutos por favor. Se ha valorado su incidencia, en breves instantes recibirá en su habitáculo la visita de un profesional. Su código de identificación es K-NON2013.
Sonó la alarma de la trampilla secreta de su habitáculo. Qué eficacia, qué rapidez. Y unos ojillos cuadrados que parecían sorprendidos la miraron fijamente unos instantes mientras la enchufaba a alguna parte que no tuvo tiempo de identificar. No sabía si había sido su cara picassiana o sus ojos saltones pero ella, por fin, sonrió. El dispositivo había solventado la incidencia.

martes, 22 de enero de 2013

Cuatro gotas

"Graniza fuerte y luego para y ese repiqueteo como de caballos al trote desaparece y llega el silencio y luego llueve a rachas y parece que el cielo se sofríe y luego para y el silencio vuelve y cuatro gotas grandes repican sobre la mesa azul, distraídas, y de pronto se acelera y como una ducha cae un río de lluvia y luego para y otra vez silencio y de repente una racha de viento y el móvil de las piedras azules repica y un relámpago alumbra la ventana y luego todo cesa y yo tecleo deprisa como imitando las gotas pasadas y sin darme cuenta todo vuelve a empezar..."
Tiene frío así que deja de teclear y mantiene sus manos debajo de la manta. Su sexo le cabe en la mano, lo aprieta, está caliente y le parece de arena mojada, pesado, pleno, una pequeña playa en agosto ajena al temporal del otro lado. Allí se queda un rato, sin moverse, calentando sus manos blancas. Cuando las incorpora al teclado se las mira: tiene dos cicatrices en cada base de los pulgares.

*
"Tiene dos cicatrices en cada base de los pulgares -se lee en el informe forense- y otra en la frente a la altura de la nariz, eso debería bastar para poder identificarla. Sin embargo ningún familiar se ha personado todavía en el depósito de cadáveres. Este cuerpo inerte me parece más muerto que ningún otro, tal vez porque la lluvia sigue sonando en los cristales como nudillos insistentes llamando a una puerta y eso me evidencia el silencio que hay aquí dentro. No me quejo, si algo sonara dentro de la cámara, me descompondría de estupor, tal vez de miedo..." Escribe el email a su novia que ha viajado a Alemania para un fin de semana largo, unas ponencias en las que participa como científica. La echa de menos. También la envidia. Y necesita su presencia para soportar su trabajo, el más mortal dice siempre con ironía. Escribe mientras pasan las horas y hace un descanso entre informe e informe, tal vez más muerto que los cadáveres que le custodian en las estanterías de enfrente.

*
Es tan terrorífico, piensa, que los hombres se hieran. Y mira su retrato, cuando sonreía y sus ojos brillaban e intenta entender qué había en su cabeza mientra la miraba, qué sueños se crearon a partir de los pequeños gestos sin intención..., bueno sí, con la intención de demostrarle su amor, que no era poco.
"Te doy mi corazón envuelto en celofán y viento, te doy el corazón que no encuentro, el olvidado, el escondido, el de oro. El otro, el del latido diario, lo tiene mi esposo". 
Llueve. Y se pregunta qué estará haciendo él, si estará mirando por la ventana cómo las gotas se deslizan sobre el asfalto o si acaso permanecerá ajeno a aquella tormenta súbita que azota las calles.

*

La cuarta gota es tan pequeña que ni se ve: dormita en la butaca sus días de anciano. Está reseco, hueso y pellejo, opaco, mojama, ojitos cerrados, un poco legañosos. La lluvia le adormece más. Y su respiración es tan suave como la que tenía siendo un bebé. La mano de su madre ya no lo mece. A veces lo piensa y el corazón le escuece entonces, pero son muy pocas las veces que lo piensa. La mayor parte del tiempo, sólo duerme.




sábado, 19 de enero de 2013

La pensadora

La pensadora era mala en matemáticas. Sin embargo, se pasaba el tiempo calculando con palabras, haciendo operaciones de aritmética, de lógica y de estadística, sumando, restando, multiplicando y dividiendo, todo con palabras. Por ejemplo, pensaba "soledad" y le sumaba "gato pardo de pelo corto y ojos amarillos". El resultado sin saber cómo, era una habitación pequeña pero cálida con una ventana con visillos que daba a un mar embravecido. Sonaba una aria triste y un gato pardo de pelo corto y ojos amarillos dormitaba sobre las rodillas de una mujer tranquila. Ella le hablaba como si fuera un niño y le acariciaba detrás de las orejas. Las paredes eran muy blancas, los cojines muy granates. Aplicando una regla de tres un poco arbitraria aparecía un hombre alto con una taza de té humeante. Después dividía la escena por la palabra "fatal destino" y todo desaparecía reduciéndose a un papel escrito con letras desiguales: "Cariño mío, no puedo regalarte la casa que soñamos..." y así encadenaba operaciones, una tras otra y matemáticamente pensaba historias. Algunas las escribía.

jueves, 17 de enero de 2013

Las sombras

- ¿Alguien se ha dado cuenta -preguntó Ismael- de cómo las sombras siempre tienen un tamaño mayor a la de los cuerpos?
- Claro -contestó Amelia-, es por la luz. A más luz, sombras más grandes.
Las sombras de los abejorros volaron sin zumbido sobre todos los nombres gravados en la piedra. Eran monstruosas. E inofensivas, en realidad. Como los miedos.

martes, 15 de enero de 2013

El rincón

Eligió el mejor lugar del castillo: una pequeña habitación sin apenas esquinas y con mucha luz. Se llevó allí una silla, cerró la puerta y esperó. 
Al principio se entretuvo con la luz. Giraba sobre si mismo varias veces y después se sentaba en la silla a observar las partículas de polvo que volaban dentro del haz. Como estaba mareado parecía que aquella nube ingrávida le envolvía por todos lados y se sentía un poco, como cuando era niño, y las paredes del pasillo se le tiraban encima después de practicar el mismo juego.
Más tarde, simplemente se sentó y contempló las variaciones de la luz sobre aquellas piedras de la pared y sobre las pequeñas baldosas en damero grisáceo. Recordó a los pintores impresionistas y lamentó no haberse traído un papel, una goma y un lápiz. Sin embargo, tampoco estaba su ánimo para reproducir nada así que la observación, la simple observación, era suficiente. 
Después, a medida que el sol desaparecía, le entró frío. Lamentó también no haber cogido una manta. Se acurrucó en el suelo y siguió esperando. Se durmió. 
No llevaba reloj así que, en principio, le resultó imposible saber qué hora era cuando despertó de pronto y la noche oscura se veía en la ventana. Tenía la boca seca. Lamentó no haber cogido un reloj y una botella de agua. Orinó en la esquina más cercana a la ventana para que el olor de orina se airease rápidamente. Entonces se sentó en la silla y contó todas las estrellas que recortaban el alféizar de la ventana. 
Un tiempo después, el estómago empezó a punzarle. Tenía hambre. Y lamentó no haber cogido, al menos, un poco de pan. Se sentó en el suelo y contó todos los baldosines, primero los lisos, después los rayados y como olvidó ambos números, volvió a contarlos a todos. Después contó las rayas de todos los baldosines rayados. Cuando llevaba 4533 cerró los ojos. Lo hizo voluntariamente. Entonces gritó y empezó a hablar consigo mismo:
- ¿Pero por qué lo has hecho? Tu misión era contar todas las rayas de los baldosines rayados.
- Lo he hecho -se contestó- porque puedo, porque mando, porque quiero que sientas la frustración de abortar tus sueños.
- ¿Y por qué me quieres tanto mal? Yo soy tú...
- Porque tienes que crecer, porque tienes que avanzar...
Volvió la luz, escuchó un gallo cantar, vio cómo los pájaros volaban ante la ventana, empezó a llover, contó las gotas de lluvia, se retorció de dolor, desfalleció, lamentó su idea de suicidarse en el silencio de aquel castillo y entonces algo cambió. 
Yo le vi incorporarse, aceptar, volver a andar, volver a la luz...

sábado, 12 de enero de 2013

De Búger al Puig de Santa Magdalena en Inca

 El pequeño pueblo de Búger se encuentra a unos 10 km. de nuestro destino de hoy: la cima del puig de Santa Magdalena en Inca, una pequeña montaña de 300 metros de altura. La ruta es llana hasta la montaña y sobre asfalto.
 Partimos del camí des Pous, una ruta donde nos cruzamos con varios pozos y puentes
 Caminamos entre extensos campos de forraje con la sierra de Tramuntana vigilándonos desde el horizonte
 Nos encontramos las primeras flores de almendro
 Cruzamos un pequeño encinar
 Y llegamos a la ermita de Santa Magdalena
 Es un lugar apto para practicar vuelo con ala delta. La nube de la derecha ¿no os parece el perfil de una mujer con la mano apoyada en la prominente barbilla que contempla, curiosa, el vuelo humano? :)
 Las vistas son preciosas. El pueblo de la derecha es Búger. Han sido dos horas de camino a paso moderado.

Éramos dos en el paseo de hoy. 
Un doble abrazo!

miércoles, 9 de enero de 2013

Luces y sombras


- Vaya -dijo ella con voz infantil-, esta felicidad no me cabe en el pecho.
- ¿El qué? -preguntó él con voz anciana.
- Tu abrazo, mi vida. Ahora, en este instante helado, tu abrazo me protege. Es una sensación indescriptible. Es la felicidad plena.
Cuatro ojos se nublaron a punto de diluirse en lágrimas. Todo era cierto. Y todo era mentira. Todo era eterno y todo desaparecería igualmente.

- ¿Qué te pasa? -preguntó él mientras bajaban por las escaleras mecánicas del supermercado. Se escuchaban canciones navideñas.
- Nada.
Eran las siete de la tarde del día de Nochevieja.
- Venga, sácalo! -la imitó él.
- Hombre, pues ¿qué quieres?, te pregunto qué vamos a cenar una noche cómo hoy y me dices "¿brócoli?", hombre, ¿pero esto qué es? vale que estamos pelados, pero un poco de magia, de imaginación.
- Es que no tengo hambre.
- Ni yo, pero ponle un poco de espíritu. Me desilusionas. Esto es la desilusión total.
Cuatro ojos se nublaron a punto de diluirse en lágrimas. Todo era cierto. Y todo era mentira. Todo era eterno y todo desaparecería igualmente.

viernes, 4 de enero de 2013

Soledad

En la fachada del número 23 de una calle desconocida del barrio de Santa Cruz de Alicante



jueves, 3 de enero de 2013

Zumbón

Sentada en la terraza de aquella heladería francesa con las paredes empapeladas imitando el ladrillo de una fachada holandesa y las mesas redondas de cristal con recortes de periódico en sus tripas y algún grano de café, pasaba la mañana tranquila, desatendiendo sus dudas y preocupaciones, acallando a su cabeza y a su corazón. Miraba la gente pasar, contemplaba el horizonte, el vuelo de las gaviotas fundiéndose con el sol, leía de tanto en tanto un viejo libro de misterio, con las hojas amarillentas y ese característico olor a libro antiguo, un almizcle de vainilla y polvo, enviaba algún mensaje con su dispositivo móvil, escuchaba la conversación de las mesas contiguas. Lo hacía todo sin prisa, amando los instantes, cada cosa en su momento. 
"Zumbón"...apareció la palabra de pronto en las páginas que estaba leyendo. Hacía años que no escuchaba esa palabra. De hecho sólo la asociaba a una vieja canción "Ahí viene el negro zumbón..." que su padre cantaba en el patio mientras repintaba las persianas en primavera cuando era una niña.
Ella lo contemplaba mientras permanecía sentada sobre el muro que protegía de la lluvía las bombonas de butano y contaba los colillas entre sus pies al final de la mañana, demasiadas...mientras le oía repetir ese estribillo una y otra vez, los dientes apretados para no perder el cigarrillo, apenas un tarareo, el pañuelo blanco atado a la cabeza en cuatro puntos cardinales a modo de gorra, los pantalones viejos manchados de la pintura verde de otros años, sin cinturón sólo con esa cuerda de esparto atada a la cintura...
"Zumbón", ni siquiera sabía exactamente qué significaba. Sería movido, nervioso, bailón, alegre...Se preguntó si existía alguien en el mundo que usara todavía esa palabra para comunicarse.
De pronto..."zaherir" golpeándole los ojos, otra palabra interesante. Ahí pensó en zarzales hiriendo la carne fresca, sí, eso sería, una mortificación lenta y suave, continua...
Pensó que eran palabras poco actuales, se atrevía a creer que incluso inadecuadas para el género policíaco que estaba leyendo. Cerró el libro, no sería ella quien cuestionara a la gran "gata" del misterio o a sus traductores.
Y entonces vio como aquella ave se empeñaba en zaherirse continuamente volando zumbona hacia ese sol siempre lejano y deslumbrante. Lo vio sin mirar al cielo, no sé si me entendéis...

miércoles, 2 de enero de 2013

Piratas

Los piratas llegaron a la ciudad sin hacer ruido. Los pájaros lo venían anunciando desde hacía varios meses así que todos estábamos esperando un desembarco sonado. Buscábamos loros, patas de palo, parches en los ojos, garfios, barbas desiguales, olor a sardina, banderas con calavera y huesos. 
Sin embargo, nada de lo esperado apareció en nuestras calles. Los piratas, Señores, vestían trajes pulcros, jamás habían perdido ninguna extremidad ni ningún sentido, no llamaban la atención. Eso sí, surcaban mares sin perder el norte: buscaban la isla del tesoro, mejor dicho, el tesoro de la isla. Para ello, robaban, violaban, secuestraban, mataban, después brindaban con ron en la intimidad de sus maquiavélicas posiciones. 
Los piratas, Señores, llegaron a la ciudad sin hacer ruido. Disfrazados de políticos, que se sepa.

martes, 1 de enero de 2013

Alicante y 2013

 Castillo de Santa Bárbara en Navidad
 Puerto de Alicante y barco "fantasma"
 Teselas de la Explanada de Alicante

 Poemas urbanos: rehabilitación de fachadas en el Barrio de Santa Cruz (Alicante)

 Interior del Castillo de Santa Bárbara
 Vistas parciales desde el Castillo de Santa Bárbara
 Benidorm desde el Mirador
 Benidorm desde la ermita de la Virgen del Mar 

 Fin de año en Altea
Feliz 2013!